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'Cuñadismos' disfrazados de 'Influencers'

Para facilitar la comprensión de este titular a aquellos lectores excesivamente jóvenes, explicaré en primer lugar a qué se refiere el concepto de “cuñadismo”: Dícese de aquellas personas con una tendencia a opinar sobre cualquier asunto, haciendo ver al resto que saben más que los demás (a pesar de no ser precisamente unos expertos). Pues bien, aunque nos refiramos con un anglicismo hacia los “influencers”, “youtubers”, “instagramers” y en muchas ocasiones “gilipollers”, no son más que eso, personas que opinan en la mayoría de ocasiones de la forma más indocumentada del mundo.

¿Cuál es el problema? Que muchos de sus seguidores, vagos por excelencia, en vez de informarse toman por cierto todo lo que escuchen de aquellas figuras populares en la red. Como los periodistas no siempre somos tan modernillos, no convencemos tanto.

No voy a ser tan ‘hater’, y reconoceré que en algunos casos nos encontramos ante excepciones en las que, la figura del influencer puede ser muy beneficiosa socialmente hablando. Es el caso, por ejemplo, de Devermut; dos chicas youtubers que crearon su cuenta para informar, criticar y concienciar en casos de homofobia, transfobia, machismos, etc. y que, para tratar un tema, se documentan y acuden a expertos. Pero, como ya he dicho, no es lo habitual.

El objetivo principal de este artículo no es pedir la extinción de estos seres que, al fin y al cabo, solo se las dan de listos. Mi única intención es reivindicar la figura del periodista, terminar con la impaciencia comunicativa que ya se ha extendido como un virus, y abogar por el contraste de fuentes y la búsqueda de diferentes puntos de vista. Pero ¿Cómo podemos estar exigiendo a los ciudadanos algo que, en ocasiones, a los propios profesionales parece que se les olvida?

La velocidad es un factor común en todos los medios. Más aun cuando hay recortes de plantilla y una competitividad informativa extraordinaria en la labor periodística. Se exige velocidad y rigor, pero una buena labor también requiere tiempo. Estamos perdiendo la confianza del público y esto es muy peligroso. La información es poder y su mal uso puede tener consecuencias graves. El mundo de la comunicación está muy infravalorado. A nadie en su sano juicio se le ocurriría pedir a un cirujano que, por correr, no se lave las manos antes de operar ¿verdad? tampoco contrataríamos a un famoso sin estudios como psiquiatra, pero si se trata del mundo de la información ¿qué mas da?. 

Exijamos rigor, especialización y ética informativa. 

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